Esta polar circunstancia no pudo detenernos ni a nosotros, ni a muchas personas más, la noche del sábado. Parqueadero a tope. Yo me imaginaba que la mayoría de los que estaban en el Casino de Montréal en ese momento, disfrutaban del calor de sus cobijas y si no fuera por la hora tal vez rodeados por sus nietecitos al frente del cálido crepitar de la chimenea. El sonido particular y el accionar de las palancas de las maquinas tragamonedas, me demostró, que el del sueño y el frío, era otro.
En el Bar La rotonde una banda comenzó el espectáculo musical en vivo con una estupenda selección de rock de los 80’s y la noche se volvió mágica para mi (ah…..la música de mi juventud). Mientras otros movían el esqueleto desinhibidamente, yo disfrutaba del suculento banquete auditivo.
En la pausa tuve la osadía de salir al balcón donde tiritando constaté , la belleza del paisaje y el ingenio de las palomas adormiladas sobre los reflectores externos del casino.